Manuscritos de la Biblioteca de Alejandría



Para muchos investigadores, como el francés Jacques Bergier, la destrucción y la censura sistemática del saber científico a lo largo de la historia es más real que literaria. Bergier afirma en su obra "Les livres maudus" (Los libros malditos), que existe una cofradía tan antigua como la civilización, que impide la difusión demasiado rápida o extensa de los conocimientos que pueden ser demasiado peligrosos para ser revelados. El escritor llama a este grupo los "hombres de negro".

Entre los integrantes de esta presunta cofradía censora, cuyos rastros aparecen tanto en la historia antigua de China y la India, como en el pasado de Occidente, habrían figurado el escritor francés Joseph de Maistre y el zar Nicolás II de Rusia.

Según Bergier, el mayor “éxito” de los “hombres de negro” ha sido la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, iniciada por Julio César en el año 47 a.C., continuada por el emperador Diocleciano en el 285 y finalizada en el año 646 por los árabes, que la destruyeron hasta sus cimientos.

Este edificio monumental, fundado en el 297 a.C. por Demetrio de Falera, bajo el patrocinio del Faraón Tolomeo I, reunió en poco tiempo novecientos mil volúmenes de pergaminos, papiros y grabados de interés de las más diversas materias y procedencias. El Faraón Evergeta II ordenó que todo libro que llegase a Egipto, debía ser depositado en la biblioteca Alejandrina, donde se sacaría una copia para su legítimo propietario, permaneciendo allí el original.

La Biblioteca de Alejandría adquirió fama de guardar libros secretos que proporcionaban un poder ilimitado. Había allí curiosos manuscritos hindúes sobre medicina, escritos chinos sobre alquimia, saberes del antiguo Egipto sobre nigromancia, de los fenicios sobre magia, de los griegos sobre mecánica…, pero también sobre otros temas más comunes.

Podían consultarse obras alucinantes, como “Sobre el haz de luz en el cielo”, escrita por el primer bibliotecario alejandrino, que trataba, por primera vez en la historia, el tema de los OVNIs. También estaba la obra completa de Beroso, sacerdote babilonio, historiador y astrólogo, que inventó el cuadrante solar semicircular y concibió una teoría sobre el conflicto entre los rayos del Sol y la Luna, anticipo de trabajos más modernos sobre la interferencia de la luz. Pero su obra más curiosa fue “la Historia del Mundo”, donde narraba cómo en la antigüedad unos extraterrestres, los Akpalus (parecidos a peces y descritos con sus trajes y escafandras), habrían enseñado a los hombres los primeros conocimientos científicos. Hoy desgraciadamente sólo nos quedan escasos fragmentos de esta obra.

También podía consultarse la obra completa de Manethón, historiador egipcio contemporáneo a la creación de la Biblioteca que investigó los restos de la civilización faraónica y, en su calidad de sacerdote, tuvo acceso a muchas tradiciones y secretos vedados a otros investigadores, muchos de los cuales no sabían leer los viejos jeroglíficos. Si se hubiesen conservado sus ocho libros y cuarenta pergaminos selectos recogidos por él en los templos, quizá sabríamos todo cuanto hoy ignoramos sobre el Egipto faraónico y, lo más importante de todo, sobre la civilización que lo precedió, aquella que Platón identificó como la Atlántida.

De todas estas obras y de otras muchas igual de apasionantes sólo nos quedan hoy referencias, citas y fragmentos, recogidos por autores contemporáneos a la existencia de la biblioteca alejandrina durante los mil años que se mantuvo activa.

Con la destrucción, a lo largo de los siglos, de otras grandes bibliotecas como las de Constantinopla, la de los Califas de El Cairo, la Islámica de Trípoli, en Libia, o de los Califas de Córdoba, situada en España, se han perdido cientos de miles de obras y datos científicos, que seguramente hubieran modificado nuestra vida y visión del mundo






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